Estadios modernos y repletos, fiesta en las calles y también en las tribunas, campos de juego en óptimo estado, calidad organizativa, disciplina táctica, buen fútbol y mucho más. La Eurocopa 2024 confirma lo que muchos en América no quieren aceptar: el fútbol europeo se ha consolidado como el pináculo de la excelencia organizativa y competitiva en el deporte rey.
“En Sudamérica el fútbol no está tan avanzado como en Europa”, había dicho Kylian Mbappé en la previa al Mundial de Qatar, una declaración que muchos tomaron como una provocación. Sin embargo, hay algunos aspectos que parecen darle la razón.
A pesar de la inyección masiva de dinero aplicada en ligas emergentes como la MLS (Estados Unidos) o en los clubes respaldados por capital árabe, Europa parece mantener una ventaja indiscutible. Una clara muestra es la diferencia que existe con la Copa América, donde la pasión asoma devaluada: se juega en campos deficientes, bajo una ola de calor extrema y en varios casos con tribunas semivacías.
La historia del fútbol europeo es rica y profunda, con raíces que se remontan a mucho más de un siglo. La Premier League (de Inglaterra), La Liga (España), la Bundesliga (Alemania) y la Serie A (Italia) no sólo cuentan con décadas de existencia, sino que han evolucionado para adaptarse y mejorar de manera continua. Pero esa evolución no se ha limitado a lo económico: también ha abarcado la gestión, la infraestructura y el desarrollo de talento desde las bases.
La UEFA (Unión Europea de Fútbol) tiene, tal vez, reglas más duras y específicas incluso que la FIFA. Promulga un fútbol más “limpio” y más claro, en el que los reglamentos no se modifican año tras año; algo que en América, y más precisamente en Argentina, parece imposible.
La MLS no tiene descensos en su campeonato; tampoco los hay en las ligas de México y Canadá, sus socios para el Mundial 2026. En Argentina las modificaciones son constantes. Hay torneos en los que ascienden o descienden más o menos equipos, y da la impresión que eso no obedece al deseo de mejorar el espectáculo sino a los intereses de algunos sectores dirigenciales. Actualmente el torneo de Primera cuenta con 28 equipos y se disputa bajo un manto de sospechas que tiene a los arbitrajes en el centro de los cuestionamientos.
El dinero no es todo
“Hay cosas que el dinero no puede comprar”, rezaba la publicidad de una tarjeta de crédito y eso se refleja en el fútbol actual. Pese a que los árabes y la MLS ponen mucho dinero buscando transformarse en los nuevos centros futbolísticos del planeta, aún no logran pisarle los talones a Europa.
La tradición futbolera, los modelos de gestión y la idiosincrasia de los países tienen mucho que ver con que el Viejo Continente continúe siendo el faro. La Euro se está disputando con estadios repletos y con fiestas en cada una de las ciudades. Hay pasión porque el hincha europeo llega a sentir este torneo incluso por encima de un Mundial.
Cada vez más lejos del fútbol argentino: un club europeo realizará una oferta por Ángel Di MaríaEso sí, es evidente que la tradición por sí sola no basta, porque el contraste con países con años de rica historia futbolística como Argentina, Brasil y Uruguay es notable. El camino parece ser la combinación de gestión eficiente, recursos económicos bien dirigidos y un entorno propicio para el desarrollo del talento, y en Sudamérica la falta de una gestión consistente y profesional, sumada a contextos económicos difíciles, ha impedido que estos países desarrollen ligas con el mismo nivel de competitividad y de organización.
En Europa (en mayor o menor medida) todas las ligas ofrecen un cóctel de recursos que casi ninguna otra puede prometer: son competitivas y no amañadas, proponen entornos seguros y atractivos para las familias, profesionalismo en todos los aspectos que rodean al jugador, y generan un entorno interesante para los inversores.
Está claro que en Argentina los clubes son grandes canteras de talentos. Pero también está claro que esos talentos, en cuanto pueden, emigran al exterior por diversos motivos: 1- buscan ligas más competitivas en las que puedan proyectar su carrera, 2- salarios más atractivos, 3- vidrieras con más exposición que las que ofrece su tierra, 4- que sus familias puedan vivir en ciudades más seguras y con acceso a una educación de altísima calidad, 5- clubes con mejor infraestructura que les permita potenciarse como atletas.
Además, el país no parece un lugar seguro que invite a grandes estrellas a afincarse o que estimule el regreso de ídolos que están en el último tramo de sus carreras. Lo que ocurrió con Ángel Di María hace unos meses es un fiel reflejo. Luego de que “Fideo” anunciara su deseo de retirarse en Rosario Central, club del que es hincha, sufrió amenazas.
La nueva grieta
En el último tiempo, la discusión sobre la llegada de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) al fútbol argentino estuvo (y está) en el centro de la escena. En España, excepto Barcelona, Real Madrid, Osasuna y Athletic de Bilbao, el resto de los clubes está gestionado por capitales privados. En Inglaterra, Italia y Alemania, también ese modelo es el más extendido.
En nuestro país esta es una discusión que recién está comenzando. Hay un importante sector de la dirigencia deportiva que no está de acuerdo con ese modelo y proponen que continúe el actual. Los críticos del vigente señalan que en muchos casos se presenta un entramado entre la política, los negocios privados de dudoso origen y las dirigencias deportivas que hacen que el foco no esté puesto en la calidad competitiva, sino en otros intereses que no tienen nada que ver con el fútbol. De todos modos, el debate está abierto y habrá que ver cómo sigue la historia.
Siempre es bueno mirar qué ocurrió en otros países para poder aprender de esas experiencias. En Brasil los capitales privados (en varios casos internacionales) potenciaron a los clubes, en Chile el modelo de las SAD fracasó y hoy ese fútbol está en crisis. Habrá que esperar a que baje la espuma política, quizás entonces se pueda analizar con más claridad cuál es el mejor camino para potenciar la calidad del fútbol en nuestro país.